
Hoy lunes abrimos con un artículo de mi viejo camarada independiente, actualmente estudiando en el LSE, el sociólogo e ingeniero comercial Daniel Brieba. Con su lucidez habitual, nos ayuda a profundizar en un tema que venimos conversando hace un buen rato:
La derecha chilena está a la deriva. Desde que la Concertación se apropió ideológicamente del liberalismo económico y el devenir histórico devaluó el gobierno de Pinochet, la Alianza sufre una radical falta de un relato unificador, de la capacidad de contarnos- y contarse- una historia convincente que nos explique de dónde venimos, dónde estamos y a dónde queremos ir, y por qué. No es capaz, en suma, de dotar de sentido su accionar político y con ello energizar a militantes y seducir a electores. Sin un relato fundacional que trascienda los ofertones de campaña y la “imagen” del candidato, es difícil ganar consistentemente elecciones y casi imposible sustentar un actuar político coherente y disciplinado que trascienda personas y que pueda liderar el cambio en una nación y llevarla al desarrollo. Por lo tanto, si la Alianza quiere constituirse en una alternativa de gobierno de mediano y largo plazo, y además agregarle valor a la actividad política y ser una contribución al desarrollo del país, debe imperiosamente trabajar por construir ese relato. Tanto la Alianza misma, como el sistema democrático chileno en su conjunto, ganarían con ello.
Ahora bien, ¿en qué consiste ese relato? Miremos para ello a la Concertación. Para ésta su relato ha sido, hasta aquí, la recuperación de la democracia y el desarrollo de Chile. La lucha contra la dictadura y la victoria en el Plebiscito marcan la épica fundacional de la Concertación en cuanto coalición política, su “pasado glorioso” y la base misma de su legitimidad política; por su parte el desarrollo de Chile, su modernización inclusiva, han marcado su propuesta hacia el futuro. Por el contrario, la Alianza ha estado a la deriva: en 1999 buscó llevar la discusión hacia “los problemas reales” de la gente; después la UDI habló de la “selección nacional” para derrotar la pobreza; el 2005 se centró en la desigualdad y la delincuencia, mientras Piñera hablaba del humanismo cristiano y de dar un salto al desarrollo para el Chile del 2010. El problema no son estas propuestas en sí, sino la falta de un discurso que las articule y les dé algo que a la derecha le falta al por mayor: credibilidad. La misma variación en los temas, frente a una Concertación que una y otra vez apuesta por sus credenciales democráticas y por su capacidad de entregar desarrollo con inclusión social, la hace aparecer sin una agenda clara, sin una identidad propia y dispuesta a encarnar cualquier causa que sea capaz de reportarle votos.
Desde un punto de vista analítico, creo que un relato, para ser políticamente efectivo, debe contar con cuatro características esenciales. Lo primero es su capacidad de darle un sentido al devenir histórico del país y al rol que (en este caso) la Alianza juega en él. La conexión pasado-presente-futuro debe ser plenamente coherente. Es por ello, dicho sea de paso, que la defensa de la dictadura (pasado) no es coherente con un compromiso irrestricto con la democracia (a futuro). Segundo, debe ser un relato trascendente a la contingencia actual. Esto le da al relato su capacidad aglutinadora- pues se actúa por una idea permanente, no por un candidato o circunstancias particulares-, a la vez que es esencial para su credibilidad, pues no puede estar al servicio de los intereses particulares o coyunturales de nadie. Los relatos no se construyen a la medida del candidato del momento. Tercero, debe ser coherente con la identidad de los que lo encarnan y propagan. Por último, y por evidente que suene, debe ser auténtico, es decir, sostenerse en los valores y convicciones profundas de aquéllos que lo harán propio. Sólo esto le da potencia y lo hace un discurso vivo. En resumen: sentido histórico, trascendencia, coherencia y autenticidad. El fin último es construir un relato creíble que le dé sentido a la acción política de los partidarios y que entregue una visión de futuro atractiva a los electores. Debe energizar a los primeros y seducir a los segundos.
El meta-relato concertacionista que vimos arriba, dicho sea de paso, ha cumplido con todos los requisitos. Su vocación democrática es totalmente legítima porque son la fuerza que luchó contra la dictadura (coherencia histórica); su apego a su visión modernizadora se ha mantenido aun bajo fuertes presiones populistas por soltar la billetera (trascendencia); su vocación por la inclusión social no se cuestiona porque proviene de una coalición de centroizquierda (credibilidad); y, por cierto, los miembros de la Concertación creen que ellos garantizan democracia y desarrollo inclusivo mejor que nadie (autenticidad). La crisis actual de este relato, por cierto, es harina de otro costal.
Ahora, considerando todo lo anterior, ¿Qué discurso atractivo, que sea además históricamente convincente, trascendente, coherente y auténtico, puede proponer una derecha con un pasado pro-dictadura, eternamente elitista y probadamente conservadora? Creo que es posible construir un relato suficientemente atractivo electoralmente en el corto a mediano plazo, con los activos intelectuales e históricos con los que ya cuenta la derecha, entre los cuales están los siguientes:
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Su vocación por la libertad individual, heredada de sus raíces liberales.
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Su vocación por la sociedad civil, entendida como “cuerpos intermedios” (en la usanza católica) entre el individuo y el Estado, heredada de sus raíces conservadoras
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Su fe en la descentralización del gobierno, que conlleva un potente impulso democrático
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Su profunda vocación modernizadora, y su deseo de convertir a Chile en un país desarrollado
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Su valoración del orden público
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Su valoración del trabajo, la superación y la responsabilidad personal
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Su creencia (esperemos sincera) en la igualdad de oportunidades, con todo lo que ella implica en educación, discriminación laboral, de género, etc.
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Su pasión por la familia como elemento unitario de la sociedad
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Su apego a la idea de la Nación como fuente de unidad, deber y orgullo
Estos elementos podrían formar el sustento de un relato en lo medular del discurso. Estas son todas creencias auténticas de la derecha y que son plenamente coherentes con su identidad actual e histórica. No necesitan de gimnasia verbal ni de creatividad conceptual para ser conectadas con el ADN de la derecha chilena. Por ello mismo, sirven de materia prima para conformar un relato trascendente, que vaya más allá de una u otra elección. Pueden (y debieran) ser defendidas con convicción por cualquier militante del sector. Trascendencia, credibilidad y autenticidad estarían cubiertos. Pero, ¿qué hacer con la coherencia histórica? ¿Cómo soslayar el hecho de que los votantes concertacionistas, incluso los más moderados, tienen problemas de conciencia al votar por una coalición que apoyó a Pinochet? Aquí hay dos opciones. La primera es la que tomó Lavín en su momento, y que es tratar de soslayar el problema e invitar mirar hacia delante. Pero un evento traumático que fracturó a Chile y define nuestra identidad como nación no puede ser tirado al lado tan fácilmente. Mucho mejor para la Alianza, me parece, es reconocer el legado de progreso económico y social de los últimos 20 años (1990-2010), y proponer un proyecto político que construya sobre aquél legado; es decir, apropiárselo, tal como la Concertación se apropió del liberalismo económico. Al recoger la herencia de la Concertación como propia, se “blanquea” el pasado aliancista: Pinochet seguirá en el trasfondo, pero si estamos de acuerdo en el Chile que todos hemos construido desde entonces, y creemos que éste es motivo de orgullo, entonces nos une el pasado reciente aun si no lo hace el pasado más lejano. Los últimos 20 años son la base desde la cual seguir construyendo. Es a partir del legado de la Concertación, y no en contra de éste, que la Alianza puede plantear un futuro que seduzca al centro político.
A partir de ello, la Alianza puede pasar a señalar que el Chile del 2010 es muy distinto al de 1990, y que eso mismo obliga a un nuevo modelo de desarrollo para Chile, a un nuevo pacto político y social. Puede invitarnos a entrar a la fase 2.0 del progreso, a la vez que puede tratar de convencernos de que la Concertación se encuentra para dicha tarea agotada política, moral e ideológicamente. El futuro es mostrar el camino a un Chile más próspero y más inclusivo al que se llega con una mayor democracia por medio de la descentralización en serio, con una mayor seguridad con el combate a la delincuencia, con políticas económicas generadoras de trabajo, con políticas sociales que pongan a la familia en su centro, con un Estado orientado a servir al ciudadano en vez de imponerle burocracia, con políticas que premien el emprendimiento, etc. Todo esto, al mismo tiempo que se empata a la Concertación en todo lo que signifique protección social- una cancha donde ésta tiene ventajas naturales.
Una Alianza que enfatice el valor del trabajo, de la seguridad en las poblaciones, de las soluciones locales (descentralización), del emprendimiento, de la libertad de elección, del gobierno centrado en el ciudadano, de la familia como núcleo de la sociedad al cual potenciar, de Chile como nuestro hogar y proyecto común, es una Alianza que está proponiendo algo distinto a la Concertación. Puede diferenciarse de manera positiva apelando a estos principios y valores en cada medida particular que se proponga. Se trata no sólo de “policies” particulares- aunque esto es importante- sino que de construir un mundo simbólico, un Chile imaginario y colectivo que sea atractivo y al cual se perciba que las políticas particulares que se adopten están contribuyendo.
Algunos diferenciadores
Concertación
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Alianza
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Centralismo
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Regionalismo, descentralización
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Burocracia
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Agilidad
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Avance lento
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Avance decidido
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Delincuencia
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Orden público
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Dependencia
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Autonomía, responsabilidad, superación
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Individuos
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Familias
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Lucha de clases
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Unidad nacional, proyecto compartido
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Estos no son más que algunos lineamientos, algunos ladrillos con los cuales construir un relato que llene de sentido, energía y dirección el actuar de la derecha chilena. Por supuesto, la naturaleza del relato dependerá de las opciones políticas que este sector tome en su seno. Una derecha moderna, “a la española” o “a la inglesa”, requerirá mucho más tiempo y un trabajo mucho más profundo. No me queda claro que haya una voluntad de ir hacia allá; al menos la UDI se siente mucho más cerca del neoconservadurismo estadounidense que de derechas europeas más cercanas al centro. Pero si se optase por el camino de las centroderechas europeas, una renovación programática profunda sería necesaria. Esta debiera incluir, a lo menos, el alejarse explícitamente de la figura de Pinochet; abrazar en serio un agenda de igualdad de oportunidades; y perderle el miedo a realidades incontestables del mundo moderno- a las negociaciones laborales, a la diversidad cultural, a los temas ambientales, a la participación ciudadana. En todos estos temas la Concertación se halla más cómoda que la Alianza, y mientras lo siga estando, el electorado de centro difícilmente podrá darle de manera consistente sus preferencias- y sus afectos- a ésta.