Suelo estar de acuerdo con Eugenio Tironi. No desconozco que al tipo le gusta acomodar la evidencia a su propio punto de vista u objetivo comunicacional, pero al menos es de aquellos que aporta, a veces sustantivamente. Pero hoy en su columna habitual en El Mercurio llevó su tendencia acomodaticia al extremo, sosteniendo que la democracia chilena se las ha arreglado perfectamente con dos coaliciones (una siempre en el gobierno, la otra siempre en la oposición), y no necesita ni necesitará bisagras ni terceros referentes para alcanzar acuerdos. Obviamente su crítica tiene nombre y apellido, pero carece de fundamento real. Las bisagras existen en muchísimos regímenes políticos no sólo para arbitrar las diferencias a veces insalvables entre las coaliciones más grandes, sino a veces para tender los puentes necesarios para el entendimiento. Por otra parte, los terceros referentes pueden contribuir a oxigenar sistemas políticos congelados, y se validan en su esfuerzo por representar a aquellos que no quieren más de lo mismo. Finalmente, me parece demasiado optimista sostener que “la sociedad civil ya está sentada a la mesa” y “no quiere que la clase política recupere, mediante componendas, el monopolio de los acuerdos estratégicos“. No sé en qué minuto eso dejó de pasar en Chile. Creo que Tironi y yo vivimos en países distintos. Si nos llegáramos a encontrar en el mismo, le recomendaría a la pasada que releyera la entrevista de Edgardo Boeninger que él mismo cita para fundamentar su tesis, ya que el ex ministro y senador DC es enfatico al señalar que “ya vamos para 20 años en que la oposición ha estado fuera del Gobierno, y uno no concibe una democracia donde la oposición esté condenada per sécula a ese estado“. Pero a Tironi no parece complicarle mayormente que esta estructura siga indefinidamente en el tiempo, mientras la Concertación esté en La Moneda y la Alianza en la oposición. Quizás cuando estemos desfalleciendo de anemia política y de atrofiamiento de la clase dirigente, Tironi se percatará (aunque no lo diga publicamente) que la renovación no siempre se produce internamente y que el aire fresco tiene que entrar por alguna parte. Es cierto, ni Flores ni Zaldívar son buenos ejemplos de sangre nueva, pero hoy por hoy, todo lo que imprima algo de vértigo e incertidumbre al sistema es una buena noticia. El Estado corre menos riesgo de ser capturado cuando sus fiscalizadores más empecinados vienen de adentro. Pero es entendible que eso no sea una buena noticia para todos…