por Juan Carlos Jobet, Hernán Larraín Matte y Cristóbal Bellolio (publicado en Revista Qué Pasa, semana del 11 de abril)

En cuatro años se puede hacer un gran Gobierno, pero no transformar un país. Una vez elegido presidente, Sebastián Piñera tendrá la oportunidad de iniciar un nuevo ciclo político que nos conduzca al desarrollo, pero ello sólo será posible integrando a una nueva generación que lleva un Chile distinto bajo la piel.
Ese es el gran desafío de Piñera: poner en marcha una fuerza de cambio que comience en marzo del 2010, se extienda más allá del 2014 y que no se detenga hasta que la tarea esté cumplida. Esa es la oportunidad que le darán los ciudadanos. Esa es la oportunidad que le dará la historia.
ALTERNANCIA VERSUS RENOVACIÓN
Aunque no ha estado en el Ejecutivo por años, la Alianza sigue liderada hoy por los mismos que durante más de 20 años han conformado una tenaz oposición. Sin duda hay ahí un depósito de experiencia política y capacidad técnica que serán fundamentales en los próximos años.
Sin embargo, Piñera entiende que si no incorpora nuevas voces y estilos a su Gobierno, su administración será la última de este ciclo y no la primera del próximo. Si bien existiría una coalición distinta en La Moneda, sería el último Gobierno de una generación marcada por el pasado y no el primero de una generación que mira al futuro. El punto central es asumir que un triunfo de la Alianza implica alternancia en el poder, pero no necesariamente es sinónimo de renovación en la política. El notorio desgaste de la Concertación justifica el cambio, pero el progresivo desprestigio de la clase política exige que una nueva generación asuma el protagonismo.
Sin ir más lejos, en su discurso del 3 de abril, al recibir el trabajo de los grupos Tantauco, el propio Sebastián Piñera dio claras señales de la importancia de movilizar a las nuevas generaciones. Sabe que para llevar a cabo un proyecto fundacional, necesitará jóvenes que estén dispuestos a tomarse el Gobierno para trabajar con sentido de urgencia y a toda máquina, pensando al mismo tiempo en el largo plazo, más allá del estrecho horizonte electoral. Un contingente de nuevos servidores públicos que tengan más años por delante que por detrás, que no vea su llegada al Ejecutivo el 2010 como la realización de un sueño esquivo ni como la cúspide de sus carreras.
LAS CLAVES DE LA GENERACIÓN
La primera pregunta es ¿de quiénes estamos hablando? ¿Cuáles son sus rasgos distintivos? Para empezar, digamos que se trata de una generación que vivió su infancia durante el Régimen Militar, pero que ha desplegado sus alas en democracia. Por lo mismo, no vivió las divisiones ni la lógica binaria de la guerra fría y sencillamente no usa esos ejes para interpretar la realidad. No heredó el odio ni el resentimiento. No ve a sus contradictores como enemigos. La historia reciente no le impone restricciones. Para esta generación, la democracia y la economía social de mercado son un punto de partida.
Sus integrantes no se tragan falsos dilemas. Valoran su libertad y se rebelan frente a la desigualdad. Entienden la importancia de un Estado musculoso y de un mercado competitivo. Conscientes de su individualismo, aprecian la pertenencia comunitaria. Aunque se sienten cómodos con el progreso material de los últimos tiempos, demuestran inquietud por el cuidado del medioambiente. Y aunque son chilenos apasionados, no vacilan en tender redes y puentes que los conecten con lo que pasa fuera de nuestras fronteras.
Por último, son los mismos que aumentaron explosivamente la demanda universitaria, por lo cual no es una exageración sostener que, intelectualmente, es quizás la generación más preparada de la historia de Chile.
En definitiva, comparte rasgos que son escasos en la clase política actual, pero que son comunes a la mayoría de los chilenos. No es casualidad que el promedio de edad de nuestra población sea de 31 años, los mismos que apenas llegaban a los 10 para el plebiscito de 1988. Esta generación representa al Chile de hoy.
LA OTRA CARA DEL EMPRENDIMIENTO
La segunda pregunta es, ¿dónde se encuentran sus líderes?. Los podemos encontrar en diversos lugares: universidades, think tanks, fundaciones y por supuesto en el sector privado. Con todo, es quizás en los emprendimientos sociales donde mejor se refleja el espíritu de esta generación. Básicamente, se trata de proyectos liderados por jóvenes que sienten la responsabilidad de mejorar la vida de los demás sin esperar que el Estado les entregue espacios de poder.
Los ejemplos sobran.
Un Techo para Chile penetró en los reductos más inexpugnables de la pobreza y se fijó como meta erradicar los campamentos para el 2010. Elemental lleva años innovando en el diseño y construcción de complejos habitacionales sociales en contextos espaciales limitados y con escasos recursos. EnseñaChile recluta y envía profesionales jóvenes de primer nivel a educar a los colegios más vulnerables del país. Acción Emprendedora entrega capacitación a pequeños empresarios de escasos recursos. Fondo Esperanza es un buen ejemplo local del poder del microcrédito. Política Stereo ofrece una plataforma virtual de debate de ideas para enriquecer la discusión pública sin agenda ideológica. Independientes en Red y GiroPaís, son proyectos ciudadanos que buscan ampliar los canales de participación en los temas públicos.
La lista podría ser muy larga: todas son innovaciones sociales que proliferan fuera del ámbito del Estado y que tampoco obedecen a una lógica pura de mercado. Todas ellas representan a una sociedad joven que mira más allá de su entorno doméstico y trabaja para construir un país próspero y equitativo.
En momentos en que la política se ha transformado en un negocio por los cupos, esta generación no ha esperado sentada la invitación de la clase política para empezar a actuar.
Es probable que Piñera busque también a aquéllos que sin experiencia ni acercamiento directo a los temas sociales, se han destacado en el mundo privado porque se dedican por entero y llevan por sello la excelencia en el trabajo. Entre ellos, los que comprenden instintivamente las verdaderas implicancias de la responsabilidad social empresarial, no como mera herramienta de marketing sino como auténtico modo de relacionarse con la sociedad.
En síntesis, el perfil que deberá buscar Piñera está íntimamente asociado a una generación que actúa en el mundo con su propia filosofía del cambio social.
SUMAR CONFIANZA
La siguiente pregunta es cómo se los convoca. Está claro que Piñera no tendría problema en llenar los 1.300 cargos que dependen de su exclusiva facultad, pero si su intención es atraer a una nueva generación, entonces las armas de la motivación se transforman en piezas fundamentales del puzzle. El desafío encierra una paradoja nada despreciable: los aliados ideales del abanderado han mirado por mucho tiempo a la política con sospecha y han mantenido la distancia.
Revisemos algunas claves que pueden ayudar a desamarrar el nudo.
La primera, en términos simples, es atraer a la gente que no le gusta la actual forma de hacer política, pero que está dispuesta a entrar para cambiarla. Si se hace al revés, si se les pide que transen sus convicciones para tener cabida en un sistema con las lógicas de hoy, tendremos caras nuevas, pero la misma política.
¿Qué significa cambiar la forma de hacer política? En lo central, pasar de la lógica de los operadores a la visión de los innovadores sociales: De la confrontación a la colaboración, de la cultura del mínimo esfuerzo a la práctica de la excelencia, de la conservación de privilegios a la competencia abierta en cancha pareja, de las trincheras ideológicas al poder del sentido común.
La segunda clave, es la épica de la invitación. El desafío está en convencerlos de que la política es la herramienta más potente para alcanzar los mismos objetivos que antes perseguían en sus respectivos proyectos individuales o colectivos. La respuesta es radical: hay que motivarlos con la posibilidad de llevar adelante una transformación mayor. Hay que generar en ellos un sentido de trascendencia en la función que desarrollarán. Por eso el emplazamiento no es a trabajar en un gobierno en particular, con fecha de inicio y término. Es a participar en una fase más amplia que, en caso de éxito, puede ser la que nos entregue finalmente un país desarrollado en el umbral del verdadero bicentenario el año 2018.
La tercera clave es asegurar un proceso de reclutamiento que entregue garantías de transparencia y privilegie el mérito por sobre el cuoteo y el pituto. Esta es una generación que no está para clientelismo ni designaciones arbitrarias, que no gasta sus energías construyendo capital con los toquis de turno para asegurarse un cupo y que en algunos casos ya está concursando en el sistema de Alta Dirección Pública para empezar a copar los espacios.
En este contexto, y aunque ha recibido algunas críticas, es interesante observar lo que ha hecho Barack Obama para reclutar sus equipos de Gobierno. Una convocatoria universal abierta a toda la ciudadanía calificada independiente de cualquier contacto político. Un riguroso “Test de Blancura” al que deben someterse incluso Ministros, Subsecretarios y Embajadores. Y un régimen que asegura a los actuales funcionarios públicos la permanencia en sus cargos hasta que se hagan efectivas las nuevas designaciones.
La última clave para atraer a la nueva generación al Gobierno es hacer una invitación basada en la confianza y no meramente en la seducción. Este es un público receloso de su integridad, y por tanto esquivo frente a cualquier estrategia que huela a manipulación. El asunto de fondo es proporcionar certezas racionales y afectivas de que el nuevo Gobierno les será propio.
LA MAGNITUD DEL DESAFÍO
No hay que olvidar que esta nueva generación ya ha dado pasos subterráneos hacia el cumplimiento de sus metas y no necesita entrar a la política para seguir generando cambios. Pero a la inversa, cualquier proyecto político que pretenda dejar huella y trascender en el tiempo, no puede darse el lujo de prescindir de ellos. Piñera tiene perfectamente claro cuánto necesita electoralmente de los jóvenes para triunfar en diciembre. La gran incógnita es que rol les está reservado en su proyecto político.
Los países enfrentan cada tanto encrucijadas históricas que marcan su futuro. El problema es que esos momentos no son evidentes cuando ocurren, y suelen ser identificados sólo en retrospectiva, cuando a veces es demasiado tarde. El desafío de los líderes es detectarlos a tiempo, y tener la visión y la valentía de hacer lo correcto. Hoy tenemos al alcance de la mano la oportunidad de convertir a Chile en un país desarrollado. Pero cuando priman la inercia y la complacencia, las oportunidades pasan. Ahora es el momento de iniciar un nuevo ciclo que lleve a Chile al desarrollo. La pregunta es si el próximo presidente ejercerá el liderazgo suficiente para contener la ansiedad y frustrar las expectativas de los mismos de siempre. La pregunta es si el próximo presidente tendrá las agallas para convocar a los chilenos que pueden poner este nuevo ciclo en marcha.
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